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En la Liahona de Febrero del 2007, página 27, se encuentra publicado un artículo referente a la parábola del buen samaritano, relatada por Jesús. Lo importante de este artículo es que en él se hace un análisis muy acucioso de la parábola, no siempre se tiene la oportunidad de leer este tipo de análisis, es por ello que quiero compartir con ustedes este precioso artículo:

De todos los relatos que contó Jesucristo, la parábola del buen samaritano se cuenta entre los que más influencia ha tenido en nosotros. Se la contó a un hombre que le había preguntado: “…Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”. Jesús le respondió con una pregunta: “…¿Qué está escrito en la ley?”.

El hombre contestó, refiriéndose a Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón… y a tu prójimo como a ti mismo”.

Cuando Jesús prometió “haz esto, y vivirás”, el hombre replicó desafiante: “…¿Y quién es mi prójimo?”. En respuesta a las preguntas de aquel hombre, Jesús relató la parábola del buen samaritano (véase Lucas 10:25–35).

Significados más profundos

El Salvador solía hablar en parábolas porque cada una encierra un significado más profundo que sólo entienden aquellos que tienen “oídos para oír” (Mateo 13:9). El profeta José Smith afirmó que los incrédulos no entienden las parábolas del Salvador. “Pero [el Señor] explicaba [las parábolas] a Sus discípulos con claridad”, y nosotros podemos entenderlas, enseñó el Profeta, “si tan sólo… queremos abrir los ojos… y leer con candor”1. El comprender este principio nos invita a reflexionar en el mensaje simbólico del buen samaritano. A la luz del Evangelio de Jesucristo, este magistral relato compendia de manera brillante el plan de salvación de un modo tal que pocos lectores actuales han percibido.

El contenido de esta parábola es eminentemente práctico y conmovedor respecto a su significado obvio, pero una antigua tradición cristiana también considera la parábola como una alegoría impresionante de la Caída y la Redención de la humanidad. Esta primitiva comprensión cristiana del buen samaritano se representa en la famosa catedral de Chartres, Francia, del siglo XI. Una de sus vidrieras, en la parte superior de la ventana, muestra la expulsión de Adán y Eva del Jardín de Edén; y para mostrar la relación que hay entre las dos historias, la parábola del buen samaritano aparece en la parte inferior. Esto refleja “una interpretación simbólica de la parábola de Cristo que era bien conocida en la Edad Media”2. Al ver esta ventana me pregunté: ¿Qué tiene que ver la caída de Adán y Eva con la parábola del buen samaritano?

No tardé en descubrir la respuesta3. La raíz de esta interpretación alegórica se remonta a los comienzos del cristianismo. En el siglo II a. de C., Ireneo en Francia y Clemente de Alejandría vieron al buen samaritano como un símbolo de Cristo mismo, que salva a una víctima caída, herida por el pecado. Años después, Orígenes, discípulo de Clemente, declaró que esta interpretación le llegó de los primeros cristianos, que describieron la alegoría de ese modo:

El hombre que cae es Adán. Jerusalén representa el paraíso y Jericó el mundo. Los ladrones son los poderes hostiles. El sacerdote es la ley, el levita simboliza a los profetas y el samaritano es Cristo. Las heridas son la desobediencia; la cabalgadura es el cuerpo del Señor; el [mesón], que acepta a todo el que desee entrar, es la Iglesia… El mesonero es la cabeza de la Iglesia, a cuyo cuidado se ha confiado. Y el hecho de que el samaritano promete volver representa la segunda venida del Salvador”4.

Esta lectura alegórica no sólo fue impartida por los antiguos seguidores de Jesús, sino que era prácticamente universal en la cristiandad de la época y fue defendida por Ireneo, Clemente y Orígenes, y en los siglos IV y V refrendada por Crisóstomo en Constantinopla, Ambrosio en Milán y Agustino en el norte de África. Esta interpretación se encuentra, de una forma más completa, en otras dos vidrieras medievales de las catedrales francesas de Bourges y Sens.

Un símbolo y sombra del plan de salvación

Los lectores mejoran su comprensión al reflexionar en las Escrituras, concretamente porque estos escritos testifican de Jesucristo (véase Juan 5:39). La parábola del buen samaritano testifica de Cristo; enseña sobre el plan de salvación, el amor expiatorio del Salvador y nuestro trayecto hacia el legado de la vida eterna. Se puede leer no sólo como un relato de un hombre que descendió de Jerusalén a Jericó, sino también como el de alguien que descendió de la presencia de Dios para vivir en la tierra. Ese significado adquiere una mayor notoriedad a la luz del Evangelio de Jesucristo restaurado por conducto de los profetas de los últimos días.

Analicemos las partes del relato:

Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones.

Un hombre. Los primeros cristianos comparaban a este hombre con Adán. Puede que la conexión fuera más evidente en las lenguas antiguas que en las traducciones modernas. En hebreo, la palabra adán significa “hombre, humanidad”, “el plural de hombres”, así como “Adán” como nombre propio5. Así fue que Clemente de Alejandría consideraba a la víctima de esta alegoría una representación de “todos nosotros”. De hecho, todos hemos descendido como Adanes y Evas, sujetos a los riesgos y a las vicisitudes de la vida terrenal: “Porque así como en Adán todos mueren…” (1 Corintios 15:22).

Descendía. Crisóstomo, autor cristiano de la antigüedad, vio en esta frase el descenso de Adán del jardín al mundo, de la gloria a lo mundano, de la inmortalidad a la mortalidad. El relato de Lucas 10 implica que el hombre descendió intencionadamente, conocedor de los riesgos que implicaba el viaje. Nadie le obligó a descender a Jericó; más bien sentía que el trayecto merecía la pena, aún con los consabidos riesgos que encerraban los caminos peligrosos de la época de Jesús6.

De Jerusalén. Jesús habla de una persona que desciende, no de un lugar cualquiera, sino de Jerusalén. Dado el carácter santo de la sagrada ciudad-templo, los antiguos cristianos captaron claramente en este elemento la idea de que aquella persona descendía de la presencia de Dios.

A Jericó. Jericó se identificaba fácilmente con el mundo. A más de 250 m por debajo del nivel del mar, Jericó es la ciudad a menor altura de la tierra. Su templado clima de invierno la convertía en un centro vacacional para hedonistas, donde Herodes había edificado un suntuoso palacio en el que pasaba sus vacaciones. Pero hay que destacar que el viajero de la parábola aún no había llegado a Jericó cuando fue atacado por los ladrones. Estaba descendiendo, pero aún no había llegado al fondo.

Cayó. Resulta fácil ver aquí una alusión al estado terrenal y caído y a la situación difícil del pecador: “…sí, todos han caído y están perdidos” (Alma 34:9).

En manos de ladrones. Los antiguos autores cristianos veían en los ladrones (o salteadores) al diablo y sus hordas satánicas, espíritus malignos o falsos maestros. La palabra griega para “ladrones” que emplea Lucas implica que éstos eran profesionales y que estaban organizados. El viajero fue atacado por una banda de perniciosos salteadores pertenecientes a una sociedad organizada y maquinadora que operaba de manera coordinada y deliberada.

Los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.

Le despojaron. Los antiguos cristianos percibían que Jesús se refería a algo importante. Orígenes y Agustino consideraban que la pérdida de las ropas del viajero simbolizaba la pérdida de la inmortalidad y de la incorruptibilidad del género humano. Crisóstomo menciona la pérdida de “su manto de inmortalidad” o “manto de la obediencia”. Ambrosio dice que el viajero “fue despojado de la gracia espiritual que [todos] recibimos [de Dios]”.

Aparentemente, los atacantes querían las ropas del viajero, pues no se menciona dinero ni objetos de valor que pudiera llevar. Por algún motivo, los ladrones parecían interesados en sus ropas, algo que traía del lugar santo, algo que envidiaban y que deseaban llevarse.

Hiriéndole. Este término presenta cierta semejanza con los dolores de la vida, las aflicciones del alma y los pesares derivados del pecado y de los vicios. De hecho, los enemigos del alma producen heridas (véase Jacob 2:8–9). La transgresión produce efectos físicos reales (véase Alma 41:10).

Medio muerto. Los ladrones se fueron, dejando al hombre, precisamente, “medio muerto”. En este detalle podemos observar una alusión a la primera y segunda muertes. La persona había caído, estaba sujeta al pecado, había padecido la primera muerte y se había convertido en un ser mortal. Pero la segunda muerte, la separación permanente de Dios, aún podía evitarse (véase Alma 12:32–36).

Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.

Aconteció. La llegada del sacerdote judío “aconteció” de manera irrelevante, ya que su presencia no respondía a un plan concreto de nadie.

Un sacerdote… Asimismo un levita. Todos los antiguos comentaristas cristianos consideraban que el sacerdote representaba la ley de Moisés. Para ellos, el problema no era que los poseedores del sacerdocio del Antiguo Testamento no quisieran ayudar al hombre caído, sino que la ley de Moisés carecía del poder para salvarle. De hecho, la ley de Moisés no era más que un símbolo, una sombra de la Expiación que iba a realizarse, pero no de su plena eficacia (véase Mosíah 3:15–17).

Se consideraba al levita un representante de los profetas del Antiguo Testamento, a cuyas palabras dio cumplimiento el Señor (véase Mateo 5:17; 3 Nefi 15:2–5). Los levitas, que eran una clase inferior de sacerdotes, realizaban tareas en el templo. Por lo menos este levita estuvo a punto de ayudar; llegó “cerca de aquel lugar” y vio. Pudo haber querido ayudar, pero tal vez se vio demasiado ínfimo para hacerlo; además él carecía del poder para salvar a un moribundo.

Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino.

Samaritano. Los antiguos cristianos consideraban al unísono que el buen samaritano representaba a Cristo. Crisóstomo sugiere que el samaritano constituye una representación acertada de Cristo porque “así como el samaritano no es de Judea, Cristo no es de este mundo”.

Los que escuchaban a Jesús en Jerusalén pueden haber reconocido en esta parábola una referencia del Salvador a Sí mismo; de hecho, algunos judíos de Jerusalén rechazaron a Jesús con el insulto: “…¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano…?” (Juan 8:48). Dado que Nazaret se halla frente a un valle al norte de Samaria, resultaría fácil identificar a ambas localidades como iguales; y así como se consideraba a los samaritanos los más ínfimos de los seres humanos, así también se profetizó que el Mesías sería “despreciado y desechado entre los hombres” y “menospreciado” (véase Isaías 53:3).

Iba de camino. Parecía que el samaritano (símbolo del Cristo) buscaba intencionadamente personas a las que ayudar. El texto no indica que apareciera por casualidad. Orígenes señala que “descendió con la intención de rescatar y atender al moribundo”. El Salvador descendió a propósito con aceite y vendajes “para traer redención al mundo” (3 Nefi 9:21).

Misericordia. Esta importante palabra alude al amor puro de Cristo. La palabra griega expresa que las entrañas del samaritano fueron conmovidas con una profunda compasión interior. Esta palabra se emplea en el Nuevo Testamento únicamente cuando los autores desean describir la misericordia divina de Dios. Se destaca en las parábolas del siervo inmisericorde, donde el señor de aquel siervo (que representa a Dios) fue “movido a misericordia” (Mateo 18:27); y del hijo pródigo, donde el padre (otro símbolo de Dios) vio a su hijo volver y “ fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20). Del mismo modo, el samaritano representa al divino Cristo misericordioso que padeció “para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo” (Alma 7:12).

Vendó sus heridas. Algunos antiguos cristianos creían que los vendajes representaban el amor, la fe y la esperanza, “ligaduras de salvación que no se pueden quebrar”. Para otras personas, representaban las enseñanzas de Cristo, que nos ligan a la rectitud; y los Santos de los Últimos Días podrían aportar que la persona rescatada queda ligada al Señor a través de los convenios (véase D. y C. 35:24; 43:9).

Aceite. Una loción con aceite de oliva habría resultado muy aliviante. Si bien los primeros cristianos veían en éste un símbolo de las palabras de consuelo de Cristo, Crisóstomo lo consideraba una “santa unción”, que bien podría aludir a varias ordenanzas del sacerdocio, la sanación de enfermos (véase Santiago 5:14), el don del Espíritu Santo (con frecuencia simbolizado por el aceite de oliva) o la unción de un rey o de una reina.

Vino. El samaritano también derramó vino en la herida abierta para limpiarla. Autores cristianos posteriores ven el vino como la palabra de Dios —algo que escuece (quema)—, pero la interpretación de los primeros cristianos asociaba el vino con la sangre de Cristo, simbolizada por la Santa Cena (véase Mateo 26:27–29; 3 Nefi 18:8–11). Este vino, la sangre expiatoria, lava el pecado y purifica el alma, permitiendo que el Espíritu de Dios esté con nosotros. Además de brindar ayuda física, el verdadero buen samaritano también administra los principios y las ordenanzas de salvación del Evangelio. Puede que el vino expiatorio escueza o arda al principio, pero sus efectos no tardan en ofrecer una paz sanadora.

y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él.

Y poniéndole en su cabalgadura. Cristo, cumpliendo las profecías, lleva nuestras enfermedades (véase Isaías 53:4; Alma 7:11). Se pensaba que la cabalgadura del samaritano representaba el cuerpo de Cristo, y que el acto de ser puesto sobre la cabalgadura equivale a creer que Dios se hizo carne, asumió nuestros pecados y padeció por nosotros.

Mesón. Para los primeros cristianos, este elemento simbolizaba claramente la Iglesia. El “mesón” era “una vivienda pública abierta a todos”. Un refugio público se asemeja de diversas maneras a la Iglesia de Cristo. Un mesón en el camino no es un destino celestial, sino una ayuda necesaria para ayudar a los viajeros a llegar a su hogar eterno.

Cuidó de él. El samaritano permaneció con el herido y cuidó de él en persona la primera noche. No entregó al herido al cuidado del mesonero con excesiva rapidez, sino que permaneció con él en los momentos más difíciles. Orígenes comentó que Jesús cuida del herido “no sólo por el día, sino por la noche también, dedicándole toda su atención y actividad”.

Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.

Otro día. Los primeros comentaristas veían aquí la idea de que Jesús se levantaría en la mañana de la Resurrección. Cristo ministró personalmente a Sus discípulos por un breve periodo de tiempo y, tras Su ascensión o partida, dejó al viajero al cuidado de la Iglesia.

El mesonero. En consecuencia, estos autores veían en el mesonero a Pablo y a los demás apóstoles y sus sucesores. Si el mesón equivale a la Iglesia en general, entonces el mesonero y sus empleados pueden representar a todos los líderes de la Iglesia y a los obreros a quienes el Señor confía el nutrir y cuidar de cualquier alma rescatada que desee sanar.

Cuando regrese. El personaje que representa a Cristo promete claramente volver otra vez, una clara alusión a la segunda venida de Cristo. La palabra original griega traducida como “cuando regrese” aparece sólo una vez más en el Nuevo Testamento, en Lucas 19:15, en la parábola del señor que volvería a juzgar a la gente según lo que hubieran hecho con el dinero que les había entregado. Tal conexión refuerza esta alusión a la Segunda Venida.

Pagar o recompensar. Por último, se promete al mesonero abonar todos los costos: “Te abonaré cualquier gasto que tengas”. Puede que esta promesa, más que cualquier otro elemento del relato —pues se hace entrega al mesonero de un “cheque en blanco”—, haya confundido a los autores actuales para quienes este relato no es más que un mero evento cotidiano. ¿Quién en su sano juicio realizaría un compromiso tal con un mesonero desconocido? Mas cuando el relato se entiende en clave de alegoría, la promesa tiene sentido, pues el samaritano (Cristo) y su mesonero ya se conocen y confían el uno en el otro antes de hacerse la promesa.

Un imperativo eterno

Dada la dificultad que tenemos para comprender Su naturaleza infinita así como Su plenitud divina, Dios nos habla a través de símbolos y parábolas (véase Moisés 5:7). Los símbolos dirigen nuestra mente finita a las verdades sagradas insertas en el misterio del incomparable Evangelio de Cristo, y la comprensión alegórica de la parábola del buen samaritano aporta perspectivas eternas a sus imperativos morales.

A través de Sus parábolas, Jesús enseña los principios básicos del plan de salvación del Padre. Como símbolo y sombra de ese plan, el buen samaritano sitúa nuestras obras de bondad hacia el prójimo dentro del contexto eterno de dónde procedemos, por qué descendimos a la vida terrenal y cómo las ordenanzas salvadoras y el amor prometido del Redentor y el alimento que nos proporciona Su Iglesia pueden rescatarnos de nuestro presente estado, mientras sirvamos y vivamos siendo dignos de recompensa en Su segunda venida.

Al ver la parábola desde este punto de vista, se invita al lector a identificarse casi con cada personaje de ella. En determinado nivel, la gente puede verse como el buen samaritano, obrando como rescatadores físicos y salvadores en el monte de Sión, colaborando en la sumamente importante causa de rescatar las almas perdidas. Jesús le dijo al fariseo: “…Ve, y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37). Al obrar como el samaritano, nos sumamos a Él en la obra de llevar a cabo la salvación y la vida eterna del género humano.

Los discípulos también querrán verse como mesoneros a quienes Jesucristo ha mandado facilitar la recuperación espiritual a largo plazo de los viajeros heridos.

Igualmente, los lectores pueden identificarse con el viajero. Al comienzo de la parábola, todos se identifican con el viajero solitario y cansado. Todos necesitamos ser salvos. Al final del relato, todos los viajeros pueden sentirse a salvo tras haber aprendido que, según esta interpretación, el que fue “el prójimo del que cayó en manos de los ladrones” (Lucas 10:36) no es otro que el Cristo misericordioso, nuestro Prójimo más ejemplar.

Esta explicación contesta a la segunda pregunta del intérprete de la ley: “¿Y quién es mi prójimo?” a la vez que responde a la primera: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”. La vida eterna se hereda al amar a Dios “con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente” (Lucas 10:27) y al amar a Su Hijo (tu prójimo) como a ti mismo. Esto se logra al ir y hacer como hizo el Salvador y amar a nuestros congéneres, pues cuando estamos al servicio de ellos, sólo estamos al servicio de nuestro Dios (véase Mosíah 2:17).

NOTAS 1. Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 104. 2. Malcolm Miller, Chartres Cathedral, 1985, pág. 68. 3. Para un análisis pleno de las citas de este artículo y delas fuentes de las mismas, véase John W. Welch, “TheGood Samaritan: A Type and Shadow of the Plan ofSalvation”, Brigham Young University Studies, primaverade 1999, págs. 51–115. Otros Santos de los ÚltimosDías, incluidos Hugh Nibley, Stephen Robinson, LisleBrown y Jill Major, han interpretado partes de laparábola del buen samaritano de modo similar. 4. Orígenes, Homily 34.3, traducción al inglés deJoseph T. Lienhard, Origen: Homilies on Luke,Fragments on Luke, 1996, pág. 138. 5. R. Laird Harris, Gleason L. Archer Jr. y Bruce K.Waltke, eds., Theological Wordbook of the OldTestament, 1980, “adam” [“adán”], tomo I, pág. 10. 6. Véase Anchor Bible Dictionary, 1992, “Travel and Communication”[“Viajes y comunicaciones”], tomo VI, págs. 644–646. Dado el elevadoriesgo de ser asaltado cuando se viajaba en la antigüedad, la genteno solía viajar sola, como lo hacen los personajes de la parábola, locual es otro indicio de que el relato debería entenderse en clave alegórica.

Por John W. Welch; Profesor de la Facultad de Leyes J. Reuben Clark de la Universidad Brigham Young y editor jefe de BYU Studies.