La gran piedra de tropiezo para Sión

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El Capítulo 18 del libro sobre la vida del Presidente Ezra Taft Benson de la colección “Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia”, esta titulado como “Cuidaos del Orgullo”. El presidente Ezra Taft Benson, enseñó en este capítulo, la diferencia entre el orgullo y la humildad: El orgullo es el pecado universal, el gran vicio. El antídoto contra el orgullo es la humildad.

La revista Liahona de la Iglesia, del mes de septiembre del 2016, publicó un artículo titulado “La gran piedra de tropiezo para Sión” basado en “Cuidaos del Orgullo”; por ser un tema sumamente interesante y pocas veces difundido y entendido, lo comparto con ustedes para cuidarse de este pecado:

El orgullo es un pecado muy mal interpretado y muchos pecan en la ignorancia (véase Mosíah 3:113 Nefi 6:18). En las Escrituras no hay tal cosa como un orgullo justo; siempre se considera un pecado…

La característica principal del orgullo es la enemistad: enemistad hacia Dios y enemistad hacia nuestros semejantes. Enemistad significa “tener odio, tener hostilidad y hallarse en un estado de oposición”. Es el poder por el cual Satanás desea dominarnos.

El orgullo tiene una naturaleza esencialmente competitiva. Oponemos nuestra voluntad a la de Dios. Cuando actuamos con orgullo en referencia a Él, tenemos la actitud de “que se haga mi voluntad y no la Tuya”…

El colocar nuestra voluntad contra la de Dios da lugar a que nuestros deseos, apetitos y pasiones se desenfrenen (véase Alma 38:123 Nefi 12:30).

Los orgullosos no pueden aceptar que la autoridad de Dios dé dirección a su vida (véase Helamán 12:6). Ellos contraponen sus percepciones de la verdad al gran conocimiento de Dios, sus aptitudes al poder del sacerdocio de Dios, sus propios logros a las prodigiosas obras de Él…

Los orgullosos quieren que Dios esté de acuerdo con ellos; pero no tienen interés en cambiar de opinión para que la de ellos esté de acuerdo con la de Dios.

Otro aspecto importante de este pecado tan prevaleciente es la enemistad hacia nuestros semejantes. Diariamente nos vemos tentados a elevarnos por encima de los demás y a menospreciarlos (véase Helamán 6:17D. y C. 58:41).

Los orgullosos hacen de toda persona su adversario, compitiendo con el intelecto, las opiniones, los trabajos, las posesiones, los talentos y otros valores mundanos de los demás. Según las palabras de C. S. Lewis: “El orgullo no encuentra placer en poseer algo, sino en poseerlo en mayor cantidad que el vecino… Lo que nos enorgullece es la comparación, el placer de colocarnos por encima de los demás. Una vez que desaparece el elemento de rivalidad, el orgullo deja de existir” (Mere Christianity, 1952, págs. 109–10)…

Los orgullosos temen más al juicio de los hombres que al juicio de Dios (véanse D. y C. 3:6–730:1–260:2). El “¿qué pensarán los demás de mí?” pesa más para ellos que el “¿qué pensará Dios de mí?”…

Cuando el orgullo se apodera de nuestro corazón, perdemos nuestra independencia del mundo y entregamos nuestra libertad al cautiverio de los juicios humanos; la voz del mundo resuena más fuerte que los susurros del Espíritu Santo; el razonamiento de los hombres hace caso omiso de las revelaciones de Dios y los orgullosos se sueltan de la barra de hierro (véanse 1 Nefi 8:19–2811:2515:23–24)…

El orgullo es la gran piedra de tropiezo para Sion. Repito: el orgullo esla gran piedra de tropiezo para Sion…

Debemos someternos “al influjo del Santo Espíritu”, despojarnos del orgulloso “hombre natural”, convertirnos en santos mediante “la expiación de Cristo el Señor” y volvernos “como un niño: sumiso, manso, humilde” (Mosíah 3:19; véase también Alma 13:28).